Una de las piedras con las que me tropiezo a menudo es con el tiempo que suelen tardar muchas personas desde que empiezan a padecer algunos síntomas, generalmente de ansiedad, hasta que llegan a recibir el tratamiento adecuado.
Los primeros síntomas pueden ser mareos, vértigos, inestabilidad, taquicardias, opresión en el pecho, temblores, etc. y hasta crisis de angustia en toda regla.
La primera idea es que están padeciendo una dolencia física.Y aquí comienzan a peregrinar por las urgencias, los médicos, los estudios, los consejos de los amigos, los remedios poco eficaces, la automedicación, etc.
Claro que es correcto y obligado descartar causas físicas, y suele hacerse con rapidez, lo que suele tardar en llegar es la consulta con el especialista.
Muchas veces estos pacientes no son derivados, o son medicados con dosis poco eficaces o no reciben la información adecuada sobre la gestión de sus síntomas y así pasan meses o años malviviendo y sobre todo, cronificando y expandiendo el problema.
La ansiedad es pegajosa y si no se la controla cuanto antes tiende a invadir cada vez más áreas de la vida y hacer que nuestro mundo se limite y gire en torno a ella. Puede hacer que se tomen decisiones basadas en los síntomas y el miedo, y esas decisiones van condicionando y torciendo nuestra historia. Y cuanto más tiempo pase y más parcelas nos vaya afectando, más costará volver a nuestra vida anterior.
Esto es lo que hay que evitar.
Ante los primeros síntomas de ansiedad hay que procurarse el tratamiento adecuado lo antes posible.
Y el tratamiento adecuado es aquel que produce un alivio claro, evidente y estable. Y existe.
Ilustración de Maple&Clover